viernes, 8 de diciembre de 2006

Porque Siempre Hay Algo Bueno...

Como ya se ha hecho costumbre últimamente, la madrugada va pasando lenta y el insomnio se transforma en un estado permanente. Cierro los ojos y trato de no pensar en nada; dormir se ha convertido en algo casi inalcanzable. Mientras todos descansan; mientras todos duermen y mi única compañía es el silencio, mi vida va pasando por mi mente. Con asombro descubro que aunque sigo siendo la misma de siempre, con los mismos anhelos, algunas cosas cambian, pero sin que nuestro ser logre darse cuenta de ello o lo desee.
Hay personas con las cuales nos cruzamos, personas que por una o varias razones poseen ese “qué se yo” que hace imposible su paso inadvertido. Personas que se introducen en nuestras vidas sin invitación y de tal forma que, ni un día pasa, en que no queramos saber de ellas. Personas a las cuales sin conocer extrañamos y añoramos. Personas que cuando están nos provocan esa terrible realidad de quedarnos mudos o, lo que es peor, de hablar de más, de todo y de nada a la vez. Por qué será que cuando se esta menos dispuesto a sentir, cuando ya no se cree en la ilusión, cuando toda esperanza se perdió y la soledad ya no es una complicación, sino una decisión o circunstancia, las cosas cambian? De la nada sucede aquello que es impensado para estos días de desánimo; aparece un personaje nuevo en la historia, un personaje suave y armónico, dueño de una dulce mirada…mirada que se cruza con esta mirada y acelera el corazón. Invade una sensación olvidada, mezcla de bienestar y “pánico escénico”; dan ganas de arriesgarse, aunque sin dejar de pisar el freno, pues el miedo a las caídas, a la desilusión, si bien está superado, quedan resabios del pasado que hacen difícil algunas veces confiar en otro. Sucede que se desconoce todo y a la vez se desea saber todo. Tal vez fue una ficción o realidad contigo, no lo se, pero se siente. En mi caso, miedo a sentirlo necesario, a ser dependiente y a ser parte; a crear historias, a vivir las histerias, abriendo la posibilidad de conocer a ese otro o solo dejarlo en el plano de la imaginación. A veces el miedo paraliza la acción y nos convierte en espectadores de una historia en la que nosotros mismos escribimos el final. El arrepentimiento es algo latente si dejamos ir a quien “sí era”, intuyendo que no volverá o que seguirá su camino solo o en compañía, pero con la certeza de que el tránsito será sin nosotros.

Contigo lo descubrí. Fue una casualidad, si es que existen. Tocamos temas que generalmente no comparto con nadie, pero contigo fue distinto…especial. Hay personas que llenan nuestro mundo con el simple hecho de estar y nos convierten en seres maravillosos, increíbles, mejores y más felices de lo que fuimos ayer, aun sin ellos saberlo. Esas personas están mas cerca de lo que imaginamos, solamente tenemos que abrir las puertas de nuestras emociones, dejando que nos toquen. Creo que cada noche, mientras hablamos por horas, estoy siendo parte de una celebración; de una de esas buenas celebraciones que uno eterniza en la memoria. Lo importante de los festejos es comenzar por uno mismo, por lo que para una celebración ideal no hace falta fuera de si, sino que simplemente algo de relajo, acompañado por esa extraña sensación, mezcla de asombro y satisfacción, que deja muy feliz…Puede que no sean grandes sucesos, pero sólo los involucrados saben cuanto alegran los logros cotidianos que, al final del día, te hacen ser una mejor persona. Logros que permiten acostarse sintiendo que hay cosas que hacen quedarse dormido con un sentimiento de felicidad, por sentir que diste todo lo que podías: confianza, ternura y más de alguna cuota de anécdota. Hace ya mucho que no tengo una celebración de a dos muy especial, distinta, sin preparación, totalmente espontánea, sin comidas elaboradas, ni flores, ni brillo…solo con alguien especial; sólo eso. Pienso que una simple celebración se puede convertir con el paso de los minutos en una magnifica fiesta, donde la risa, las luces, la música, la semisombra, el humo y todos los brillos imaginables se pueden dar cita, sin necesidad de un escenario elaborado ni menos romántico, convirtiendo una noche cualquiera en un algo lleno de calidad y contacto, permitiendo que los ideales puedan dar imaginación a la soledad. Nada de expectativas, sólo encender un cigarro y disfrutarlo en compañía de otra soledad, conversando sobre aquello que vivimos y que nos permitió ser y estar aquí, revitalizar los sucesos de la vida con la mirada de eternidad y proporción, en equilibrio y síntesis, sin quitar a la realidad el sufrimiento y el gozo.

Grato es saber que cuento contigo, si bien lejos, pero ahí, para leer tus mensajes o escuchar tu voz, para decidir que hacer por la noche, si quedarnos en casa, si salir a caminar o simplemente a volar y a observar a los demás. Hablar de esos temas que hace tiempo venían dando vueltas. Poder dejar hablar al corazón. Poder conocer mejor a otro, de manera genuina. Saber que ese otro confía en ti para contarte algo…ser parte de aquella comunicación mágica en la que los silencios no pesan. Existen fiestas de a dos, no sólo de parejas enamoradas sino también entre seres individuales, que por una u otra razón están conectados por el desconcierto de la certeza, de que se conocieron porque, simplemente, así debía ser. Se pasa muy bien, se conversa sobre cada uno, se va derribando murallas, se dan miradas distintas a una misma cosa, aunque no te hayan entendido, aunque no se haya solucionado nada. El hecho de sólo sentir que cada palabra tuya tiene el efecto de quitar un peso de encima, basta para hacer que el momento sea especial. Una fiesta puede que no necesite nadie más que dos para hacerla. Una buena compañía y una idea loca de como desarmar y como hacer cenizas el ideal son suficientes, sin sentirse culpable por esparcir gozo y dar el toque a lo inexplicable. Encender un cigarro, mirar las estrellas, buscar figuras en las nubes…dar gracias por estar juntos, inventando sueños.

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