lunes, 2 de abril de 2007

El Macho Chileno

No molesten a "Papá Mono"...Lo han maltratado tanto. Le han dicho: flojo, borracho, fresco, fome, obviamente machista, gorrero, castrado por la madre, cobarde, mal amante, mal padre y mal marido, porque fomenta la institución del huacho y de la mujer sola; chueco, chaquetero, hipócrita, maricón, amariconado, preocupado de las apariencias, pésimamente vestido, triste rata gris. En el repertorio folcklórico nacional la mujer sería la china, esforzada y fuerte, algo mal genio y coqueta; en cambio el chileno original, el guerrero incluso, de un principio se llamó despectivamente roto. Aunque pobre y poco educado, el roto chileno fue siempre simpático, ocurrente, valiente –dice la historia, aunque los héroes no son precisamente rotos-, y por tristemente patético que resulte su periplo, suele ser bastante divertido. Intenta ganar por maña de ingenio o se pega la desubicad, el condoro de Condorito.Ante todo, el chileno se ríe. La televisión y los diarios muestran que sigue arreciando el chiste, junto a la mijita rica, cada vez más pechugona. El macho, es decir el que tiene que demostrar su hombría, parece amar a la mujer medianamente lejana y pilucha, como en el café con piernas. Según el poeta Bertoni, no pasa de ahí, del “mijita rica”: el chileno no cacha a las mujeres. El programa Morandé con Compañía es el paraíso de esta suerte de figura actualizada del roto que mejor llamo Papá Mono, para no estrecharse en la falseadora categoría clasista. Papá Mono tiene sus prerrogativas en el hogar. El mantiene la casa, de la que la mujer se hace cargo, aunque el que manda es Papá Mono: ella lo atiende, modosita y que no se queje si llega tarde y copeteado el viernes, su día. Papá Mono responde pero necesita libertad, que no le pidan explicaciones si se va a comer su parrillada y se toma sus piscolas, práctica recurrente que lo vuelven guatón. Y he aquí que gracias a Papá Mono se presenta, más allá de él y del macho, dos características recurrentes en el chileno: no quiere hacerse problemas y se deja la guata no más. Es comprensible que el hombre pretenda simplificarse la vida. Que no le impongan tareas ni soluciones más allá de sus posibilidades. Para qué armar escándalo. Y qué importa la guata, es tan arduo pelear con ella. Más que el defecto de no enfrentar lo adverso, parecen más bien cualidades: el chileno evitaría falsos problemas y alentaría la indulgencia del amor propio. Así puede ser un amigo o pareja excelente. Comprende la debilidad humana y aplica la regla moral universal: no hagas al prójimo lo que no quieres para ti mismo. Si a esto se le suma el humor infatigable, se convierte en el hombre ideal. Pero en la práctica no se puede generalizar mucho, en esto como en casi nada. Fuera de las cambiantes y engañosas imágenes mediáticas del chileno (en crisis, destapado, emprendedor, enojado, moralista), hay sólo hombres concretos que uno conoce, y en eso la memoria, tan incontrolable, selecciona puras y variadas virtudes –palabra que justamente viene de viril y de vigor-, cabezas divertidas, tipos amables. Queda reconocer lo poco que se ha dicho y pedir al lector considerar que, como asegura un literato, no se consigue nunca hablar de lo que se ama.Marcela FuentealbaRevista Fibra Diciembre 2003